Novela Infantil / Juvenil - Libro de Acción / Aventuras. Lectura de 8-9 a 11-12 años. Literatura Ficción
CAPÍTULO 1
—¡Menudo aburrimiento!
Era mediodía y el sol brillaba con rabia en un cielo despoblado de nubes. Las cigarras, escondidas en algún lugar, emitían sus característicos sonidos.
Juan se llevó la pajita de su limonada a los labios y dio un sorbito.
—¡Menudo aburrimiento! —volvió a decir.
Juan estaba sentado en las escaleras del porche de su casa. Vivía en una tranquila zona en la que nunca jamás de los jamases pasaba nada interesante. El único acontecimiento memorable tuvo lugar el año pasado, y no fue otra cosa que la inesperada visita de una ardilla.
El animal correteó por su jardín un par de minutos y luego se fue igual que había venido.
Y ya está.
Eso fue lo único interesante que aquel barrio vio alguna vez.
Juan estaba descalzo y la hierba le hacía cosquillas en las plantas de sus pies.
—¡Menudo aburrimiento! —se dijo una vez más.
En la acera de enfrente estaba Caramelo, el enorme San Bernardo de sus vecinos. Antes, Juan pedía permiso a la señora Martina para jugar con Caramelo y ella le “prestaba” su perro para toda la tarde. Resulta que Caramelo, a pesar de su colosal aspecto, era un buenazo. Y, además, le gustaban los niños.
Juan y Caramelo se conocían desde hacía cuatro años y en todos los veranos el San Bernardo siempre se había mostrado dispuesto a jugar con Juan, recogiendo alegremente las pelotas que le tiraba e incluso permitiéndole galopar a su espalda.
Pero este verano, Caramelo había decidido que no tenía ganas de juegos. Juan no se lo recriminaba, pues aquel calor era insoportable.
—¿Cómo te va, grandullón? —le preguntó.
Caramelo estaba en el jardín de la señora Martina, tumbado bajo la sombra de un pino y con la lengua extendida sobre el césped.
Por supuesto, el perro no le hizo ni caso, pues estaba disfrutando de una apacible siesta.
Era mediodía y el sol brillaba con rabia en un cielo despoblado de nubes. Las cigarras, escondidas en algún lugar, emitían sus característicos sonidos.
Juan se llevó la pajita de su limonada a los labios y dio un sorbito.
—¡Menudo aburrimiento! —volvió a decir.
Juan estaba sentado en las escaleras del porche de su casa. Vivía en una tranquila zona en la que nunca jamás de los jamases pasaba nada interesante. El único acontecimiento memorable tuvo lugar el año pasado, y no fue otra cosa que la inesperada visita de una ardilla.
El animal correteó por su jardín un par de minutos y luego se fue igual que había venido.
Y ya está.
Eso fue lo único interesante que aquel barrio vio alguna vez.
Juan estaba descalzo y la hierba le hacía cosquillas en las plantas de sus pies.
—¡Menudo aburrimiento! —se dijo una vez más.
En la acera de enfrente estaba Caramelo, el enorme San Bernardo de sus vecinos. Antes, Juan pedía permiso a la señora Martina para jugar con Caramelo y ella le “prestaba” su perro para toda la tarde. Resulta que Caramelo, a pesar de su colosal aspecto, era un buenazo. Y, además, le gustaban los niños.
Juan y Caramelo se conocían desde hacía cuatro años y en todos los veranos el San Bernardo siempre se había mostrado dispuesto a jugar con Juan, recogiendo alegremente las pelotas que le tiraba e incluso permitiéndole galopar a su espalda.
Pero este verano, Caramelo había decidido que no tenía ganas de juegos. Juan no se lo recriminaba, pues aquel calor era insoportable.
—¿Cómo te va, grandullón? —le preguntó.
Caramelo estaba en el jardín de la señora Martina, tumbado bajo la sombra de un pino y con la lengua extendida sobre el césped.
Por supuesto, el perro no le hizo ni caso, pues estaba disfrutando de una apacible siesta.
Juan volvió a llevarse la limonada a la boca y se bebió lo que quedaba. Pensó que el verano estaba acabando, pensó que en menos de dos semanas empezarían las clases del colegio y, sobre todo, pensó en que aún no había hecho nada interesante.
En casi dos meses de vacaciones, no había hecho ni una sola cosa de las de su lista.
Juan se metió la mano al bolsillo de su pantalón corto y sacó el papel que con tanto cariño estaba doblado. Siempre llevaba la lista consigo, no se separaba de ella jamás.
Con cuidado, la desdobló y releyó todas aquellas cosas que se propuso hacía ya casi dos meses:
COSAS PARA HACER ESTE VERANO
Tal vez, Juan fue demasiado ambicioso.
Tal vez debía haber puesto en su lista cosas más sencillas, metas más fácilmente abarcables como, por ejemplo, beber limonada, leer un libro o jugar con Caramelo.
De todas las cosas de su lista, la única que intentó hacer fue la tercera: construir una piscina en el jardín.
Juan empezó a hacer un hoyo bien grande, pero cuando su madre lo pilló, se puso hecha una furia y le obligó a taparlo y dejarlo todo como estaba.
—¡Menudo aburrimiento! —se dijo otra vez más.
En su interior, Juan sentía una gran frustración. Antes de empezar el verano tenía grandes planes para él y, sin embargo, no había logrado nada. Sus padres siempre estaban trabajando, así que se quedaba solo en casa, aburrido, sin nadie con quien jugar… ni tan siquiera podía contar con Caramelo.
En casi dos meses de vacaciones, no había hecho ni una sola cosa de las de su lista.
Juan se metió la mano al bolsillo de su pantalón corto y sacó el papel que con tanto cariño estaba doblado. Siempre llevaba la lista consigo, no se separaba de ella jamás.
Con cuidado, la desdobló y releyó todas aquellas cosas que se propuso hacía ya casi dos meses:
COSAS PARA HACER ESTE VERANO
- Ir a la playa y montarme en un barco.
- Dar de comer a un león.
- Construir una piscina en el jardín.
- Conocer a un extraterrestre.
- Desenterrar un tesoro pirata.
- Vivir grandes aventuras.
Tal vez, Juan fue demasiado ambicioso.
Tal vez debía haber puesto en su lista cosas más sencillas, metas más fácilmente abarcables como, por ejemplo, beber limonada, leer un libro o jugar con Caramelo.
De todas las cosas de su lista, la única que intentó hacer fue la tercera: construir una piscina en el jardín.
Juan empezó a hacer un hoyo bien grande, pero cuando su madre lo pilló, se puso hecha una furia y le obligó a taparlo y dejarlo todo como estaba.
—¡Menudo aburrimiento! —se dijo otra vez más.
En su interior, Juan sentía una gran frustración. Antes de empezar el verano tenía grandes planes para él y, sin embargo, no había logrado nada. Sus padres siempre estaban trabajando, así que se quedaba solo en casa, aburrido, sin nadie con quien jugar… ni tan siquiera podía contar con Caramelo.
FINAL DEL FRAGMENTO
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