Sinopsis:
Tras los muros de Düré se gesta la mayor amenaza a la que la humanidad se haya enfrentado. Tras tantos años de paz, la oscuridad está renaciendo, la diosa Thënda abandona el reino de las sombras. Lord Tovel, en alto secreto, escoge a ocho de sus mejores hombres y les encomienda una misión: llegar hasta Nébula y solicitar la ayuda del Rey Fird. Rodrik y sus hombres deberán abandonar la seguridad ofrecida por los muros de Düré y enfrentarse a un viaje plagado de intriga, magia y peligros. |
¡Adéntrate en un mundo mágico lleno de oscuridad y secretos!
CAPÍTULO 1
Rodrik estaba exhausto.
Galopaba con la cabeza gacha y la vista fija en las crines de su caballo de guerra. El movimiento del animal era suave y sosegado, pero Rodrik asía con fuerza las riendas por miedo a caer. En aquel momento atravesaban Bosque Negro y el terreno era traicionero. Los caballos apoyaban los cascos con cautela, como si también ellos supieran de los peligros de aquel lugar.
Las últimas luces del ocaso comenzaban a desvanecerse. Apenas unos imperceptibles haces de luz se filtraban por entre las frondosas copas de los árboles.
Llevaban cabalgando ininterrumpidamente desde mediodía y Rodrik supuso que ya debían haber penetrado hasta el mismísimo corazón de Bosque Negro.
—No hay marcha atrás –comprendió.
Lo supo desde el momento en que su señor lo llamó hará ya más de una semana a sus estancias para transmitirle la noticia. Lo esperó plantado en medio de la habitación, con los brazos cruzados y su capa escarlata meciéndose tras su espalda por la brisa nocturna que entraba por la ventana. Lord Tovel siempre fue un hombre transparente y, con los años, Rodrik aprendió a leer sus pensamientos. Pero aquella expresión nunca la vio y, sin embargo, la comprendió al instante.
—Miedo –recordó—, su rostro reflejaba miedo.
Lord Tovel le encomendó una misión que podría salvar las vidas de miles de personas: llegar a Nébula y solicitar la ayuda del Rey Fird.
Por supuesto, aquello era una locura. Desde hacía siglos estaba terminantemente prohibido abandonar la protección que brindaban los muros de Düré. Todos, incluidos los niños, sabían de los peligros que moraban allí fuera.
En todo ese tiempo, solo unos pocos curiosos (¡necios!) se habían aventurado al otro lado y lo hicieron para no volver.
—Mi señor, ¿llegar a Nébula? —le dijo, dejando a un lado los formalismos—. ¡Es una misión suicida!
Aun en el mejor de los supuestos tendrían que atravesar el Mar Blanco y la posibilidad de morir engullido por sus aguas le provocaba escalofríos.
—Soy consciente de lo que os estoy pidiendo, Capitán —le explicó Lord Tovel-. Y creedme cuando os digo que no tenemos alternativa.
Su señor comenzó a caminar en torno a él. El sonido de sus pisadas reverberó en las paredes de piedra de la estancia, regios y pesados.
—La oscuridad está renaciendo, Rodrik —le confesó—. Nos enfrentamos a la mayor amenaza que jamás hayamos visto.
Lord Tovel se encaminó a su gigantesco escritorio de caoba. Allí, sobre su superficie, había un bulto envuelto en una gruesa tela. Sea lo que fuera lo que hubiera en su interior, se movía.
—No podemos combatir este mal solos, necesitamos toda la ayuda posible.
Lord Tovel cogió el bulto por el nudo superior y lo acercó a Rodrik. El capitán dio un paso atrás, receloso.
—¿Qué es, mi señor? –le preguntó—. ¿Qué hay dentro?
Lord Tovel depositó el fardo sobre el pavimento de la estancia y desató el nudo, revelando su contenido.
—Estamos muertos –pensó Rodrik.
—Necesito que informes al Rey Fird cuanto antes –le dijo su señor—. Hazle entrega de este presente como prueba de la amenaza que nos cierne.
Lord Tovel volvió a anudar la tela y los dos se relajaron cuando aquella cosa desapareció de su vista.
—Escoge a siete hombres de confianza —le indicó—. Y partid con las primeras luces del alba.
Rodrik tomó el fardo que su señor le ofreció. La cosa se retorcía en su interior, infatigable…
—Dame fuerzas, Redÿltur –balbució Rodrik, cerrando los ojos—. Guía mi camino, empuña mi espada y protégeme de la muerte.
De eso hacía ya una semana, aunque parecía que hubiera sido ayer. Tras los muros de Düré, el tiempo parecía ralentizarse.
Rodrik giró la cabeza y miró a sus siete hombres marchar en silencio. Aquellos guerreros, de no ser por él, ahora estarían en Düré junto a sus familias.
Rodrik suspiró.
Lo sentía. Lo lamentaba de veras.
Pero fue necesario.
Era una carga que debía llevar consigo.
--Este bosque me da escalofríos –dijo Läss, de improviso.
No hubo comentarios. El grupo volvió a sumirse en el silencio y continuó avanzando.
Rodrik pensó. El trayecto era largo y tenía tiempo para pensar. Recordó las historias que contaba la gente en Düré sobre Bosque Negro, sobre la magia antigua y los seres sin nombres que en él habitaban.
—¿De qué servirán nuestras espadas? --se dijo, asiendo con más fuerza las riendas de su caballo.
Era un guerrero, un caballero al servicio de Düré y no temía a la muerte. Había danzado con ella en decenas de ocasiones y siempre logró esquivarla, pero ¿qué sería de su familia? Le prometió a Lidya que regresaría con vida y aquello le atormentaba.
Nunca antes le había mentido.
--Aunque, ¿qué otra cosa podría haber hecho? –se preguntó—. ¿Qué es lo que debe hacer un hombre ante tan aciago destino?
Llevaba el fardo de Lord Tovel en una de las alforjas de su caballo. En su interior, la cosa seguía moviéndose, retorciéndose a cada segundo. Sus siete hombres habían visto aquel bulto moverse y, sin embargo, ninguno se atrevió a preguntar.
Cabalgaron durante largo rato hasta que el último rayo de luz se desvaneció. Cuando la penumbra llegó, algo cambió en el aire.
—Magia antigua –musitó.
Rodrik nunca creyó en esas cosas, pero ahora, a medida que la oscuridad los envolvía, todas aquellas historias se le antojaban más y más verosímiles.
El movimiento de su caballo de guerra cambió. El animal también parecía comenzar a asustarse. Rodrik le dio unas palmadas en el lomo. Detrás de él escuchó las respiraciones de sus hombres. Cabalgaron en silencio, en un silencio demasiado quedo, hasta que las sombras adquirieron tal densidad que fue imposible avanzar más. Rodrik levantó la mano con gesto seco y enérgico.
Galopaba con la cabeza gacha y la vista fija en las crines de su caballo de guerra. El movimiento del animal era suave y sosegado, pero Rodrik asía con fuerza las riendas por miedo a caer. En aquel momento atravesaban Bosque Negro y el terreno era traicionero. Los caballos apoyaban los cascos con cautela, como si también ellos supieran de los peligros de aquel lugar.
Las últimas luces del ocaso comenzaban a desvanecerse. Apenas unos imperceptibles haces de luz se filtraban por entre las frondosas copas de los árboles.
Llevaban cabalgando ininterrumpidamente desde mediodía y Rodrik supuso que ya debían haber penetrado hasta el mismísimo corazón de Bosque Negro.
—No hay marcha atrás –comprendió.
Lo supo desde el momento en que su señor lo llamó hará ya más de una semana a sus estancias para transmitirle la noticia. Lo esperó plantado en medio de la habitación, con los brazos cruzados y su capa escarlata meciéndose tras su espalda por la brisa nocturna que entraba por la ventana. Lord Tovel siempre fue un hombre transparente y, con los años, Rodrik aprendió a leer sus pensamientos. Pero aquella expresión nunca la vio y, sin embargo, la comprendió al instante.
—Miedo –recordó—, su rostro reflejaba miedo.
Lord Tovel le encomendó una misión que podría salvar las vidas de miles de personas: llegar a Nébula y solicitar la ayuda del Rey Fird.
Por supuesto, aquello era una locura. Desde hacía siglos estaba terminantemente prohibido abandonar la protección que brindaban los muros de Düré. Todos, incluidos los niños, sabían de los peligros que moraban allí fuera.
En todo ese tiempo, solo unos pocos curiosos (¡necios!) se habían aventurado al otro lado y lo hicieron para no volver.
—Mi señor, ¿llegar a Nébula? —le dijo, dejando a un lado los formalismos—. ¡Es una misión suicida!
Aun en el mejor de los supuestos tendrían que atravesar el Mar Blanco y la posibilidad de morir engullido por sus aguas le provocaba escalofríos.
—Soy consciente de lo que os estoy pidiendo, Capitán —le explicó Lord Tovel-. Y creedme cuando os digo que no tenemos alternativa.
Su señor comenzó a caminar en torno a él. El sonido de sus pisadas reverberó en las paredes de piedra de la estancia, regios y pesados.
—La oscuridad está renaciendo, Rodrik —le confesó—. Nos enfrentamos a la mayor amenaza que jamás hayamos visto.
Lord Tovel se encaminó a su gigantesco escritorio de caoba. Allí, sobre su superficie, había un bulto envuelto en una gruesa tela. Sea lo que fuera lo que hubiera en su interior, se movía.
—No podemos combatir este mal solos, necesitamos toda la ayuda posible.
Lord Tovel cogió el bulto por el nudo superior y lo acercó a Rodrik. El capitán dio un paso atrás, receloso.
—¿Qué es, mi señor? –le preguntó—. ¿Qué hay dentro?
Lord Tovel depositó el fardo sobre el pavimento de la estancia y desató el nudo, revelando su contenido.
—Estamos muertos –pensó Rodrik.
—Necesito que informes al Rey Fird cuanto antes –le dijo su señor—. Hazle entrega de este presente como prueba de la amenaza que nos cierne.
Lord Tovel volvió a anudar la tela y los dos se relajaron cuando aquella cosa desapareció de su vista.
—Escoge a siete hombres de confianza —le indicó—. Y partid con las primeras luces del alba.
Rodrik tomó el fardo que su señor le ofreció. La cosa se retorcía en su interior, infatigable…
—Dame fuerzas, Redÿltur –balbució Rodrik, cerrando los ojos—. Guía mi camino, empuña mi espada y protégeme de la muerte.
De eso hacía ya una semana, aunque parecía que hubiera sido ayer. Tras los muros de Düré, el tiempo parecía ralentizarse.
Rodrik giró la cabeza y miró a sus siete hombres marchar en silencio. Aquellos guerreros, de no ser por él, ahora estarían en Düré junto a sus familias.
Rodrik suspiró.
Lo sentía. Lo lamentaba de veras.
Pero fue necesario.
Era una carga que debía llevar consigo.
--Este bosque me da escalofríos –dijo Läss, de improviso.
No hubo comentarios. El grupo volvió a sumirse en el silencio y continuó avanzando.
Rodrik pensó. El trayecto era largo y tenía tiempo para pensar. Recordó las historias que contaba la gente en Düré sobre Bosque Negro, sobre la magia antigua y los seres sin nombres que en él habitaban.
—¿De qué servirán nuestras espadas? --se dijo, asiendo con más fuerza las riendas de su caballo.
Era un guerrero, un caballero al servicio de Düré y no temía a la muerte. Había danzado con ella en decenas de ocasiones y siempre logró esquivarla, pero ¿qué sería de su familia? Le prometió a Lidya que regresaría con vida y aquello le atormentaba.
Nunca antes le había mentido.
--Aunque, ¿qué otra cosa podría haber hecho? –se preguntó—. ¿Qué es lo que debe hacer un hombre ante tan aciago destino?
Llevaba el fardo de Lord Tovel en una de las alforjas de su caballo. En su interior, la cosa seguía moviéndose, retorciéndose a cada segundo. Sus siete hombres habían visto aquel bulto moverse y, sin embargo, ninguno se atrevió a preguntar.
Cabalgaron durante largo rato hasta que el último rayo de luz se desvaneció. Cuando la penumbra llegó, algo cambió en el aire.
—Magia antigua –musitó.
Rodrik nunca creyó en esas cosas, pero ahora, a medida que la oscuridad los envolvía, todas aquellas historias se le antojaban más y más verosímiles.
El movimiento de su caballo de guerra cambió. El animal también parecía comenzar a asustarse. Rodrik le dio unas palmadas en el lomo. Detrás de él escuchó las respiraciones de sus hombres. Cabalgaron en silencio, en un silencio demasiado quedo, hasta que las sombras adquirieron tal densidad que fue imposible avanzar más. Rodrik levantó la mano con gesto seco y enérgico.
FIN DEL FRAGMENTO
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