Libro de fantasía y magia para leer
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Sinopsis:
En la familia de Valeria la música siempre ha sido algo muy especial. Pero lo que Valeria no puede imaginar es que la música, además de ser especial, también es algo extremadamente poderoso. Valeria está aprendiendo a tocar el violín y un día, mientras ensaya, un ser muy peculiar acude atraído por el sonido de su instrumento. A partir de ese momento, Valeria se adentrará en un mágico mundo. ¡Bienvenidos al Reino de las Hadas! |
PREFACIO
Hubo un tiempo en el que el mundo estuvo habitado por hadas. Y no me refiero a que hubiera alguna que otra hada. No. Me refiero a que una vez, el mundo estuvo a rebosar de hadas.
Por aquel entonces, salir a pasear y toparse con un hada era algo natural, tanto como lo es ahora salir a la calle y ver a un pájaro.
Las hadas revoloteaban sobre la superficie del mar, sobre las montañas, sobre las flores de los campos... Había tantas, que cuando caía la noche, no era necesario ni encender velas, puesto que las hadas lo iluminaban todo. Estos maravillosos seres revoloteaban de aquí para allá a toda velocidad, borrando la oscuridad con sus hermosos resplandores dorados.
Nadie sabe lo que sucedió.
Solo existen teorías y suposiciones al respecto.
Tan solo habladurías.
Lo único cierto es que, de un día a otro, las hadas desaparecieron. Se marcharon sin dejar rastro.
La gente pensó que, tal vez, se habían escondido, así que comenzaron a buscarlas. Escudriñaron en el interior de los árboles, en las madrigueras de los conejos, en las profundidades del mar...
Todo fue en vano.
Las hadas, simplemente, ya no estaban.
No obstante, hubo algunos que, en lo más profundo de sus corazones, guardaron la esperanza de que, igual que se marcharon, regresaran. Pero tal cosa nunca sucedió.
Los días fueron pasando, y los días dieron lugar a las semanas, las semanas a meses, los meses a años, los años a lustros, los lustros a décadas, las décadas a siglos y los siglos, a milenios.
Tanto tiempo ha pasado ya que han caído en el olvido.
Y con su ausencia, el mundo es ahora un lugar más oscuro, menos mágico.
Por aquel entonces, salir a pasear y toparse con un hada era algo natural, tanto como lo es ahora salir a la calle y ver a un pájaro.
Las hadas revoloteaban sobre la superficie del mar, sobre las montañas, sobre las flores de los campos... Había tantas, que cuando caía la noche, no era necesario ni encender velas, puesto que las hadas lo iluminaban todo. Estos maravillosos seres revoloteaban de aquí para allá a toda velocidad, borrando la oscuridad con sus hermosos resplandores dorados.
Nadie sabe lo que sucedió.
Solo existen teorías y suposiciones al respecto.
Tan solo habladurías.
Lo único cierto es que, de un día a otro, las hadas desaparecieron. Se marcharon sin dejar rastro.
La gente pensó que, tal vez, se habían escondido, así que comenzaron a buscarlas. Escudriñaron en el interior de los árboles, en las madrigueras de los conejos, en las profundidades del mar...
Todo fue en vano.
Las hadas, simplemente, ya no estaban.
No obstante, hubo algunos que, en lo más profundo de sus corazones, guardaron la esperanza de que, igual que se marcharon, regresaran. Pero tal cosa nunca sucedió.
Los días fueron pasando, y los días dieron lugar a las semanas, las semanas a meses, los meses a años, los años a lustros, los lustros a décadas, las décadas a siglos y los siglos, a milenios.
Tanto tiempo ha pasado ya que han caído en el olvido.
Y con su ausencia, el mundo es ahora un lugar más oscuro, menos mágico.
CAPÍTULO 1
A Valeria le chiflaban los cuentos de hadas, pero en especial, le chiflaba la música.
La mamá de Valeria era pianista y, ya desde que fuera bien pequeña, quedó fascinada por el mágico sonido del piano de pared que tenían en casa.
El piano era de madera con un bonito acabado en negro pulido. A pesar de tener casi 70 años, a día de hoy, sigue dando la nota.
Es verdad que no es el mejor piano del mundo. De hecho, cualquier piano de cola, de media cola o incluso un piano eléctrico moderno tienen un sonido de mejor calidad. Sin embargo, aquel era el instrumento perfecto para su madre.
Eugenia (que así se llamaba su madre) tocaba el piano todos los días y siempre a la misma hora: después de comer, en torno a las tres de la tarde. Ese era el momento más feliz del día.
Valeria se acostaba en el sofá a leer un libro y su padre Alfredo se sentaba en el sillón monoplaza con el ordenador portátil en el regazo. Y es que su padre era un hombre muy ocupado. Tenía una tienda en Internet donde vendía toda clase de instrumentos y accesorios para músicos.
Si piensas en cualquier instrumento, Alfredo lo tiene. ¿Que quieres un violín? ¡Sin problema! ¿Que quieres una tuba de nueve kilos? ¡Aquí la tienes!
Alfredo también era músico. De hecho, conoció a Eugenia cuando los dos estudiaban en el conservatorio superior de música. Eugenia cursaba su último curso de piano y Alfredo estaba a punto de terminar la carrera de Dirección y Orquesta.
La música siempre ha sido algo muy especial en su familia. De hecho, si no hubiera sido por la música, sus padres nunca se habrían conocido y, por tanto, ella no habría nacido.
Pero la vida de un músico no es tan fácil como parece. De hecho, es bastante dura.
Su madre tenía que dar clases de piano, y no puede decirse que esa fuera su vocación. A Eugenia le habría encantado ser pianista profesional y viajar por el mundo interpretando conciertos para piano y orquesta. Sin embargo, eso es muy difícil y tuvo que salir adelante siendo profesora particular de piano.
Cuatro días a la semana (los lunes, los martes, los jueves y los viernes) Eugenia cogía el coche y se iba a dar clases particulares. Daba las clases a domicilio, por lo que tenía que desplazarse hasta la vivienda particular de sus alumnos. La mayoría de sus alumnos tenían la edad de Valeria, nueve años, aunque también tenía alumnos mayores que, con más de 50 años, querían aprender a tocar el piano.
Eugenia cobraba 20€ la hora y todas sus clases eran individuales.
Era una gran maestra.
Pero la situación económica no siempre fue tan buena en casa de Valeria. Su padre estuvo en el paro muchos años y el único dinero que entraba en casa era el que ganaba su madre dando clases de piano.
Afortunadamente, todo cambió. Alfredo tuvo una idea genial. Era arriesgada, pero si salía bien, podrían ganar mucho dinero.
Sus padres lo estuvieron hablando varias semanas y finalmente se decidieron a pedir un préstamo.
Su padre iba a abrir una tienda de música en Internet (www.musicayaccesoriosmusicales.es) y, para ello, necesitaba de un gran capital para comprar stock. Con ese préstamo compró un montón de instrumentos que guardó en el sótano de su casa.
El único miedo que tenía era que, si la gente no los compraba, se arruinarían.
Pero, para su suerte, el negocio fue todo un éxito.
Gente de todo el mundo visitó su web y compró instrumentos. Cada vez que había una compra, Alfredo bajaba al sótano, empaquetaba cuidadosamente el producto y lo enviaba por correo.
El negocio creció mucho durante los últimos meses, tanto que hasta Valeria ha tenido que echarle una mano. Así, algunos días, Valeria bajaba con su padre al sótano para ayudarlo a empaquetar y embalar instrumentos. Y eso le encantaba, pues así podían hablar durante horas y horas, rodeados de un sinfín de instrumentos.
La mamá de Valeria era pianista y, ya desde que fuera bien pequeña, quedó fascinada por el mágico sonido del piano de pared que tenían en casa.
El piano era de madera con un bonito acabado en negro pulido. A pesar de tener casi 70 años, a día de hoy, sigue dando la nota.
Es verdad que no es el mejor piano del mundo. De hecho, cualquier piano de cola, de media cola o incluso un piano eléctrico moderno tienen un sonido de mejor calidad. Sin embargo, aquel era el instrumento perfecto para su madre.
Eugenia (que así se llamaba su madre) tocaba el piano todos los días y siempre a la misma hora: después de comer, en torno a las tres de la tarde. Ese era el momento más feliz del día.
Valeria se acostaba en el sofá a leer un libro y su padre Alfredo se sentaba en el sillón monoplaza con el ordenador portátil en el regazo. Y es que su padre era un hombre muy ocupado. Tenía una tienda en Internet donde vendía toda clase de instrumentos y accesorios para músicos.
Si piensas en cualquier instrumento, Alfredo lo tiene. ¿Que quieres un violín? ¡Sin problema! ¿Que quieres una tuba de nueve kilos? ¡Aquí la tienes!
Alfredo también era músico. De hecho, conoció a Eugenia cuando los dos estudiaban en el conservatorio superior de música. Eugenia cursaba su último curso de piano y Alfredo estaba a punto de terminar la carrera de Dirección y Orquesta.
La música siempre ha sido algo muy especial en su familia. De hecho, si no hubiera sido por la música, sus padres nunca se habrían conocido y, por tanto, ella no habría nacido.
Pero la vida de un músico no es tan fácil como parece. De hecho, es bastante dura.
Su madre tenía que dar clases de piano, y no puede decirse que esa fuera su vocación. A Eugenia le habría encantado ser pianista profesional y viajar por el mundo interpretando conciertos para piano y orquesta. Sin embargo, eso es muy difícil y tuvo que salir adelante siendo profesora particular de piano.
Cuatro días a la semana (los lunes, los martes, los jueves y los viernes) Eugenia cogía el coche y se iba a dar clases particulares. Daba las clases a domicilio, por lo que tenía que desplazarse hasta la vivienda particular de sus alumnos. La mayoría de sus alumnos tenían la edad de Valeria, nueve años, aunque también tenía alumnos mayores que, con más de 50 años, querían aprender a tocar el piano.
Eugenia cobraba 20€ la hora y todas sus clases eran individuales.
Era una gran maestra.
Pero la situación económica no siempre fue tan buena en casa de Valeria. Su padre estuvo en el paro muchos años y el único dinero que entraba en casa era el que ganaba su madre dando clases de piano.
Afortunadamente, todo cambió. Alfredo tuvo una idea genial. Era arriesgada, pero si salía bien, podrían ganar mucho dinero.
Sus padres lo estuvieron hablando varias semanas y finalmente se decidieron a pedir un préstamo.
Su padre iba a abrir una tienda de música en Internet (www.musicayaccesoriosmusicales.es) y, para ello, necesitaba de un gran capital para comprar stock. Con ese préstamo compró un montón de instrumentos que guardó en el sótano de su casa.
El único miedo que tenía era que, si la gente no los compraba, se arruinarían.
Pero, para su suerte, el negocio fue todo un éxito.
Gente de todo el mundo visitó su web y compró instrumentos. Cada vez que había una compra, Alfredo bajaba al sótano, empaquetaba cuidadosamente el producto y lo enviaba por correo.
El negocio creció mucho durante los últimos meses, tanto que hasta Valeria ha tenido que echarle una mano. Así, algunos días, Valeria bajaba con su padre al sótano para ayudarlo a empaquetar y embalar instrumentos. Y eso le encantaba, pues así podían hablar durante horas y horas, rodeados de un sinfín de instrumentos.
FINAL DEL FRAGMENTO
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